Nómades digitales, trotamundos hijos de la globalización – Por Gustavo González Rodríguez

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Nómades digitales, trotamundos hijos de la globalización

Cristina Correa Siade se tituló el 2003 de periodista en la Universidad de Chile. Trabajó en medios de prensa y en comunicaciones internas de diversas empresas. El año 2020 publicó su novela Inadecuada, de excelente recepción en la crítica especializada, y entre agosto de 2021 y diciembre de 2022 su vocación de viajera la llevó a convertirse en una nómada digital.

Cuando irrumpió Internet en el mundo e inauguró la globalización en la última década del siglo XX, varios sectores laborales abandonaron las oficinas estables y el trabajo a distancia se multiplicó paulatinamente, empujado sobre todo por la pandemia del Covid-19 que mantuvo al mundo en emergencia sanitaria hasta mayo de 2023.

Sin embargo, el empleo remoto amarra por lo general a trabajadoras y trabajadores a sus viviendas, ubicadas en las mismas ciudades de la empresa que los contrata, con la excepción de aquellas cuyas operaciones tienen alcance internacional, como las compañías aéreas, los bancos, agentes bursátiles y operadores turísticos.

Puede decirse así que el trabajo a distancia no libra completamente a una persona de dependencias y ataduras y que la antigua figura sedentaria del oficinista al fin de cuentas prevalece, ya sea en las instalaciones de la empresa o en el domicilio del empleado.

Tal vez como respuesta o desafío a este sedentarismo nacieron los nómades digitales. ¿Cómo definirlos? “Son personas que trabajan en forma remota, es decir, residen temporalmente en un país distinto a aquel donde están sus clientes o empleadores. Normalmente, los nómades digitales van cambiando de país cada cierto número de meses”, responde Cristina.

¿Y en qué trabajan? Respuesta: “Muchos de ellos en tecnologías de la información (IT), pero hay muchos otros, como yo, que trabajábamos en otras áreas como marketing, incluso conocí a algunos que hacían terapias de fonoaudiología online”.

En un artículo que escribió en abril de este año para la revista Anfibia bajo el título “Mi año como nómada digital”, Cristina detalló así su oficio:

Aunque puede parecer cosa de millenials o centennials, se ha comprobado que es un asunto intergeneracional. Con distintas profesiones y clases, predominan los que tienen ocupaciones creativas o ligadas al rubro de la informática, cada uno con su forma de viajar. Es el caso de Guergana, proveniente de México, que desarrolla software para Wikipedia y lleva casi un año en esta modalidad. «Por el modo de explorar, no somos turistas comunes, ya que permanecemos en un lugar mucho más tiempo de lo habitual», explica y agrega que, en algunos casos, llegan a vivir como un local. Así lo sintió con Estambul, ciudad que ocupa como base para conocer el resto de Turquía, donde encontró una comunidad de mexicanos que se convirtieron en sus amigos y la ayudaron a sobrellevar la nostalgia por las enchiladas y los tamales.

Guergana fue una de las tantas amistades que hizo Cristina Correa en sus 17 meses de nómada digital. Estuvo en 26 países, sobre todo de Europa, y también en Egipto, Jordania, Israel, Turquía, Georgia y Palestina, cuna de sus ancestros por el lado materno. “Me emocioné hasta las lágrimas recorriendo el muro que separa el territorio controlado por Israel y el de Palestina, y hoy con la guerra sionista en Gaza esos recuerdos traen aún más dolor a mi memoria”, escribió.

El incesante periplo incluyó más de 50 ciudades y también paisajes, sitios arqueológicos, lugares históricos, rutas de trekking y montañas donde esta nómada digital convivió con la naturaleza y practicó escaladas, uno de sus deportes favoritos.

La pasión por viajar llevó a Cristina a este oficio moderno, junto a otras circunstancias. El año 2017 se ganó un fondo estatal concursable para terminar su proyecto de novela y ese mismo año terminó un diplomado en Escritura Creativa. Desde 2007 venía desarrollando trabajos como comunicadora en organizaciones turísticas y editoriales, hasta que decidió darse un respiro. “Tenía comprado el pasaje para viajar en 2020, cuando esperaba hacer un año sabático, pero la pandemia canceló mis planes. Cuando se abrieron las fronteras tenía un trabajo remoto y pensé ¿por qué no?”. Y así fue que el año 2021 emprendió el nomadismo digital.

Una aventura apasionante, pero nada fácil. Todo viajero debe estar atento a las condiciones de ingreso de los países que visita. Además de los visados y posibles restricciones según su nacionalidad, los nómades digitales deben lidiar con otros factores, como la conectividad a Internet, muchas veces aprovechando el wi-fi del autobús en que se desplazan, para no hablar de aldeas de precarios servicios de telecomunicación.

Las diferencias horarias con sus centros laborales los obligan a menudo a despachar de madrugada. En fin, no faltarán los cortes del servicio eléctrico ni eventuales peligros de robos o asaltos. Al mismo tiempo, deben compaginar la búsqueda de lugares óptimos con sus presupuestos de gastos de alimentación y hospedaje. En ese sentido, Turquía es uno de los destinos más convenientes.

Tal vez la condición primaria de un nómade digital es la de “lobo solitario”, que deambula por el mundo siguiendo sus propios anhelos o impulsos, con encuentros y amistades circunstanciales y muchas veces pasajeras. Sin embargo, en la medida de que esta actividad crece han ido formando redes e incluso han surgido puntos de referencia para encuentros masivos.

Bankso, una ciudad de 10.000 habitantes en el suroeste de Bulgaria, se popularizó desde 2016 como atractivo para los cultores del trabajo remoto bajo formas colaborativas, gracias a la rapidez del wi-fi y los bajos impuestos. La BBC reportó que cada mes llegan hasta allí unos 300 nómades premunidos de sus notebooks.

Desde 2023 se viene realizando allí el Festival Bansko Nomad, una suerte gran feria que en su primera versión tuvo a más de 700 participantes. Ya está convocado el festival de 2025, que tendrá lugar del 22 al 29 de junio.

Volvamos a Cristina. Desde su regreso a Chile a fines de 2022 renunció a empleos fijos para trabajar dictando talleres y haciendo docencia online para una universidad privada, sin renunciar a su vocación viajera, literaria y periodística.

“De diciembre de 2022 hasta junio 2024 estuve mayormente en Chile, con viajes cortos de un mes a Bolivia y a la Patagonia chilena y argentina. De junio hasta agosto estuve en Europa, fui a hacer un taller autogestionado en Barcelona y luego gestioné un taller en Estocolmo, con el apoyo de la embajada de Chile en esa ciudad”, cuenta.

La experiencia más apasionante de su viaje a Bolivia se tradujo en su reportaje sobre las “cholitas escaladoras”, difundido por el sitio ecológico Ladera Sur. Se trata de mujeres aymaras que practican el andinismo y que mantienen sus tradiciones. Visten frondosas y coloridas polleras y en lugar de la mochila cargan sus enseres deportivos en un morral.

Son 14 mujeres en la actualidad, que se entrenan escalando nevadas cumbres de más de seis mil metros de altura. Su meta es ascender los 8.848 metros del Everest en 2025. Cristina recogió la historia del grupo y los anhelos de estas singulares deportistas de alta montaña.

“Queremos que nos conozcan, que nos reconozcan también, queremos demostrar que las mujeres aymaras somos fuertes. Por eso vamos a ir a la montaña más alta del mundo”, le dijo Senobia Llusco.

Cristina, cultora también del montañismo, destaca la sensación de libertad que se siente al llegar a una alta cima. Sensación que igualmente se anida en ella como nómada digital, precursora de un trabajo que desafía fronteras, ataduras y es una apuesta a un futuro mejor.

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