«Siete elecciones bajo el signo de la continuidad en América del Sur». Artículo del sociólogo argentino Gabriel Puricelli  que analiza en términos comparativos todos los procesos eleccionarios acontecidos en la región durante el último año, determinando los puntos en común como así también las particularidades de los mismos. 

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Cuando lo que predomina es la continuidad: la ratificación de los proyectos políticos en las siete elecciones clave de 2014. Un análisis de los resultados electorales, los objetivos y los desafíos de los gobiernos electosen Bolivia, Colombia, Brasil y Uruguay. En el año que termina, hubo nada menos que siete elecciones presidenciales en América del Sur, en cuatro de los países que la integran.

El signo predominante fue la continuidad, pero la necesidad de llevar a cabo una segunda vuelta en tres de los casos es elocuente respecto de los desafíos que afrontó esa continuidad. Colombia, Brasil, Bolivia y Uruguay, en ese orden, eligieron revalidar en el gobierno a la misma fuerza política, con los tres primeros ratificando, además, a la misma persona en el sillón presidencial. En todos los casos se trata de sistemas políticos competitivos, por lo que la continuidad no viene dada por éstos, sino por condiciones políticas específicas que se dan en cada caso.

“Colombia, Brasil, Bolivia y Uruguay, en ese orden, eligieron ratificar en el gobierno a la misma fuerza política, con los tres primeros ratificando, además, a la misma persona en el sillón presidencial” Por la amplitud del triunfo de Evo Morales y su Movimiento al Socialismo (MAS), podemos separar a Bolivia de los otros tres países. Cabe distinguir a Bolivia como el único de los cuatro que atravesó un proceso de refundación de su sistema político. Tras la salida del gobierno (y del país) de Gonzalo Sánchez de Losada, en octubre de 2003, el país no sólo atravesó cambios constitucionales, sino un proceso fulminante de extinción de las fuerzas políticas que habían protagonizado las elecciones desde el retorno a la democracia en 1980. De las fuerzas que participaran en las elecciones presidenciales de 2002, la única que sobrevivió, para transformarse en el pivot de un nuevo sistema de partidos fue el MAS, que en aquellos comicios irrumpiera con el 20 por ciento de los votos.

El partido de Evo Morales no sólo tensionó la política boliviana entre la izquierda y la derecha, sino que también enfrentó pulsiones separatistas como reacción a la política de nacionalizaciones decidida en La Paz. La elección de Evo Morales para un tercer mandato presidencial, en octubre de este año, corroboró no sólo la condición ampliamente mayoritaria de su partido, sino que trajo como novedad la superación del sesgo regionalista del voto. El MAS logró no sólo el 61 por ciento de los votos en todo el país, sino que fue el partido más votado en todos los departamentos de la media luna oriental, con excepción del departamento de Beni. Con este resultado, el MAS incrementó casi 4 por ciento su resultado de 2010, aún después de perder a aliados como Juan “Sin Miedo” Del Granado, cuya condición de ex-alcalde de La Paz auguraba pérdidas de votos en la capital.

Sin embargo, la candidatura presidencial del Movimiento Sin Miedo (que sigue al frente de ese municipio) no alcanzó ni el 3 por ciento. La oposición de derecha, dividida entre las candidaturas de Samuel Doria Medina y el ex-presidente Jorge “Tuto” Quiroga, arañó un 35 por ciento sin poder dirimir las disputas de liderazgo y sin que emergiera un oponente carismático para hacerle frente a Morales. “La elección de Evo Morales para un tercer mandato presidencial, en octubre de este año, ratificó no sólo la condición ampliamente mayoritaria de su partido, sino que trajo como novedad la superación del sesgo regionalista del voto” En Colombia, el presidente Juan Manuel Santos vio su reelección zozobrar ante la victoria en la primera vuelta de Óscar Zuluaga, protegido de su antiguo mentor, Álvaro Uribe. Y en la segunda vuelta para ganó con lo justo, con el apoyo disciplinado de sus competidores de centroizquierda de la primera vuelta.

El dramatismo de la elección se condensa en un dato: en el ballotage votaron dos millones y medio más de colombianos de los que lo hicieron en la primera vuelta, cuando lo usual es que la eliminación de candidatos en la instancia inicial desmovilice electores cuyos favoritos quedan descartados. La elección trasladó al soberano la posibilidad de laudar en una disputa que ya se había saldado en el Palacio Nariño, con un Santos que se había desembarazado rápida y contundentemente de la tutela de Uribe. Las dos rupturas más clamorosas habían sido la decisión de Santos de normalizar el vínculo con Venezuela apenas presidente y, más tarde, de encarar el diálogo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que prosigue hasta hoy en Cuba.

La ruptura significó la marginación total de Uribe del Partido Social de Unidad Nacional, cuya creación había impulsado para darle una estructura a la coalición informal de ex-liberales, ex-conservadores y miembros conspicuos del ala política del paramilitarismo. La organización (más conocida como Partido de la U), una vez bajo el control firme del presidente Santos, se transformó en un vehículo para la reunificación del liberalismo, del que proviene el actual jefe de estado, y en un eje centrista para una coalición de gobierno con el Partido Conservador y el Partido Liberal, cuya sigla había quedado en manos de las expresiones más progresistas luego de la salida de Santos. Pero no pasaría mucho tiempo sin que Uribe, aún ocupado en responder ante la justicia por casos de ejecuciones extrajudiciales y espionaje a opositores, busque ocupar el cuadrante de la derecha extrema que Santos se había apresurado en abandonar.

“En el ballotage votaron dos millones y medio más de colombianos de los que lo hicieron en la primera vuelta, cuando lo usual es que la eliminación de candidatos en la instancia inicial desmovilice a algunos de los electores cuyos favoritos quedan descartados”  Uribe fue completamente ineficaz en sus intentos de influir o desestabilizar a su sucesor. Hasta semanas antes del inicio de la campaña electoral se dudaba de que su recién creado partido, el Centro Democrático, tuviera un desempeño decoroso en la elección. Sin embargo, una vez comenzada la campaña, Santos se reveló particularmente ineficaz en la movilización de la opinión pública y Uribe explotó al máximo las aprensiones de una gran porción de la ciudadanía respecto de las concesiones a las FARC.

Asimismo, realizó un trabajo extraordinario de reclutamiento de caudillos políticos locales en cada rincón del país, explotando de manera óptima las redes del paramilitarismo, posibilitando que su ex-ministro de Economía, Óscar Zuluaga, obtenga cuatro puntos más que Santos en la primera vuelta. El efecto de la remontada uribista fue paradójica: dejó a Santos con aliados exclusivamente a su izquierda y pudo así fortalecer el mandato favorable a la paz con el que finalmente logró su reelección. Brasil, la elección más relevante para toda América del Sur tuvo alternativas cambiantes como nunca se habían visto, pero se saldó con una victoria convincente de la coalición que encabeza el Partido dos Trabalhadores (PT) y la presidenta Dilma Rousseff.

El PT y sus aliados debieron luchar tanto contra sus adversarios electorales como contra los resultados económicos mediocres del último bienio. Se sumó la pérdida de prestigio que significa para el partido gobernante tener a varios de sus fundadores en la cárcel como responsables del mensalão. Las protestas callejeras de 2013 fueron un síntoma preocupante para un partido que (al menos antes de llegar al gobierno con Lula) las había utilizado como un factor de poder político. Dilma Rousseff debió hacer frente, además, a un nuevo desgranamiento de su base de apoyo, al decidir el Partido Socialista (PSB) su salida del gobierno y el lanzamiento de Eduardo Campos como candidato a la presidencia. Esa deserción significaba potencialmente la pérdida de una porción de su electorado en el Nordeste, base primordial del PSB y corazón geográfico del núcleo duro electoral del lulismo. La situación creada con la deserción de Marina Silva antes de la primer elección de Dilma volvía a producirse y Campos buscó aliarse con quien lo había precedido en el abandono de la coalición de gobierno.

Curiosamente, la estrategia de Campos sólo pareció transformarse en una amenaza existencial al PT cuando murió en un accidente aéreo, dos meses antes de las elecciones. Su muerte no sólo desató una oleada de simpatía espontánea, sino que le franqueó la candidatura presidencial a Marina Silva, que lo acompañaba en la fórmula y era la verdadera depositaria de un apoyo electoral masivo. Las encuestas vieron la intención de voto del PSB cuadruplicarse en cuestión de horas y el PT empezó a desesperarse por la posibilidad de que una porción de su electorado se viera seducida por las credenciales de Marina. Esa sola amenaza gatilló un giro en la campaña petista, que pasó a centrarse en la “deconstrucción” de la ex-ministra de Lula. Cegados por el éxito innegable que ese giro tuvo y por encuestas que lo subestimaban, los petistas no vieron cómo tomaba impulso el candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), Aécio Neves.

“El sino de la nueva gestión de Dilma, sin embargo, no estará tan marcado por el desempeño inesperado de Neves, sino por la composición de su base parlamentaria aliada, donde el PT ha perdido una veintena de diputados que fueron ganados por sus aliados de centroderecha” Los resultados de la primera vuelta fueron un mentís brutal para las encuestas, que acertaron en la estimación del 41 por ciento que obtuvo la presidenta y del 21 por ciento que obtuvo Marina Silva, pero subestimaron en 10 millones de votos el 33 por ciento que obtuvo Neves. Fortalecido súbitamente por la sorpresa que esa falla en la demoscopía provocó, Neves planteó un desafío formidable para la segunda vuelta, logró reducir a tres puntos porcentuales la diferencia con que el PSDB perdió esta vez, frente al 13 por ciento de ventaja que Dilma había obtenido frente a José Serra en 2010.

El sino de la nueva gestión de Dilma, sin embargo, no estará tan marcado por el desempeño inesperado de Neves, sino por la composición de su base parlamentaria aliada, donde el PT ha perdido una veintena de diputados que fueron ganados por sus aliados de centroderecha. Un menú más conservador en materia de derechos individuales y más ortodoxo en lo económico no debería sorprendernos.

Tampoco que el ímpetu progresista esté más centrado en este nuevo mandato, en una reforma política que elimine los incentivos estructurales a la corrupción que han carcomido la legitimidad del gobierno en estos últimos años. Por último, en Uruguay, el ex-presidente Tabaré Vázquez resultó la apuesta tanto conservadora como ganadora para el Frente Amplio (FA), que prefirió ir a lo seguro postergando una renovación. Los pronósticos que le auguraban una dura batalla frente a la juventud de Luis Lacalle Pou quedaron en eso, cuando Vázquez no sólo obtuvo cuatro puntos porcentuales más que la suma de los partidos tradicionales, sino que la locomotora manejada por el presidente José Mujica como primer candidato al Senado de la coalición ratificó la mayoría del FA en ambas cámaras.

A diferencia de Brasil, la contundencia en primera vuelta ha servido, sin dudas, para definir la segunda. Contrastando también con lo sucedido en el gigante vecino, Vázquez se encontrará con un FA más escorado hacia la izquierda en el parlamento, dado el éxito de las corrientes internas más orientadas en esa dirección en ambas cámaras. “Vázquez no sólo obtuvo cuatro puntos porcentuales más que la suma de los partidos tradicionales, sino que la locomotora manejada por el presidente José Mujica como primer candidato al Senado de la coalición ratificó la mayoría del FA en ambas cámaras” Los gobiernos reelectos tienen objetivos clave que son tan distintos como precisos en cada país: alcanzar una década ininterrumpida de crecimiento con estabilidad macroeconómica en Bolivia, el fin del conflicto civil en Colombia, la recuperación del dinamismo económico en Brasil y encaminar la transición hacia una generación política más joven en Uruguay.

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